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sábado, 14 de abril de 2012

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Nadie es una isla, completo en sí mismo; 
cada hombre es un pedazo de continente,
una parte de la tierra;
si el mar se lleva una porción de tierra,
toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio, 
o la casa de uno de tus amigos,
o la tuya propia.
La muerte de cualquier hombre me disminuye
porque estoy ligado a la humanidad;
por consiguiente, nunca hagas preguntar
por quién doblan las campanas:
doblan por tí.

Meditación XVII.
John Donne. 1624




LAS PLAÑIDERAS DE ANTONIO BRICEÑO



Aunque lloren los muertos de otros, el dolor que expresan las mujeres retratadas por Antonio Briceño en el desierto de Sechura, al norte del Piura, en Perú, parece ancestral.

Es como si ellas se supieran las últimas de su especie, como si el fin del mundo comenzara no por las grandes ciudades de las películas apocalípticas, sino por esos paisajes áridos de tanto olvido a los que llegó el fotógrafo caraqueño con la urgencia de querer registrar con su cámara una tradición moribunda: la de las plañideras.

Y al verlas llegar, de negro absoluto, dispuestas a amortajarse y a derramar lágrimas, Briceño supo que el duelo, que el dolor de la ausencia ­aunque no sea propio­ es uno de los rasgos definitorios del ser humano. Y, lo sé, lloró con ellas.

Estas imágenes, que pertenecen a la serie Las plañideras pero que no figuran en la exposición que actualmente ofrece la galería D’Museo del Centro de Arte Los Galpones, son ­como diría el artista­ "nuestras últimas lágrimas" o, quizás, la estúpida negación del hombre moderno a un rito catártico, liberador.

"El encuentro con las plañideras fue una paradoja poderosa. Pese a la circunstancia de ser un llanto invocado y por un dolor que les es ajeno, el llanto de estas `psicomagas’ es indiscutiblemente real y es su autenticidad la que tiene ese poder. Frente a la fuerza tectónica de tal sollozo, no cabe la cuestión de falso o no falso, porque el nudo en la garganta es ya una respuesta", dice el también biólogo y artista que ha centrado su trabajo en la búsqueda de la autenticidad antropológica.

"Como actrices griegas, estas mujeres invocan sus dolores y los hacen derramar. El hecho de que el llanto de una persona tenga un poder curativo sobre otra me hace pensar que la base del dolor humano es siempre la misma: el dolor desconcertante de nuestro inevitable fin", concluye Briceño.